sábado, 1 de noviembre de 2014

Firework.

— ¡Entrégame todo el dinero! — Amenacé mientras sujetaba el arma apuntando al pobre señor al que la mala suerte le había llegado, y todo gracias a mí.

El hombre con el pulso temblando abrió la caja y me iba entregando todo lo que podía, yo iba cogiendo con una mano los billetes y monedas pero con la otra sin dejar de apuntarle.

No me importaban nada las cámaras, ni que me grabaran pero llevaba un pasamontañas que ocultaba mi rostro e identidad. Cuando me aseguré de que no me había dejado nada o no me diera todo salí corriendo de aquél lugar, pero también de las cámaras. Y el pasamontañas quedó enterrado en medio de la nada.

Hice auto stop y en poco tiempo ya iba en un coche con dos chicas. La pistola estaba escondida en uno de los numerosos bolsillos ocultos de mi chaqueta y sumaba puntos mi buen físico.

— ¿A dónde te diriges, guapo? — Me preguntó una de las chicas. Ignoré su insinuación.

— Al primer pueblo que pasemos, no me importa bajar al principio, mi hogar está cerca.

— Está bien, aunque no me habría importado saber tu casa. Espero volver a verte. — Volvió a decir la chica mientras conducía, la otra estaba demasiado ocupada con el teléfono.




Cuando llegamos, me bajé del coche y abrí la puerta delantera para darle dos besos a la que me había estado hablando todo el rato. Pero no era para poder despedirme si no para cogerle el móvil que reposaba cerca del volante. Me alejé de allí y caminé tranquilamente mientras guardaba el aparato, lástima que la otra muchacha no se hubiera despegado del suyo, podría haber hecho un dos por uno.

Seguí caminando por las calles y me puse la capucha de mi chaqueta para no dejar mostrar ni la barbilla. Estaba en el punto de mira de la policía.

No podía decir que vivía en uno de los mejores barrios de allí, con lo que robaba apenas tenía para un mes.

Abrí la puerta de mi ''hogar'', aunque no era la mejor definición, teniendo en cuenta que yo era un inquilino o un ocupa.

Unos rápidos pasos resonaron en el viejo suelo de madera, y una puerta se abrió de golpe dejando ver a una pequeña niña.

— ¡Papá! — Gritó abalanzándose sobre mis brazos y envolviéndome, alcé su pequeño cuerpo y dimos vueltas mientras ella reía.

— Tengo hambre... — Murmuró cuando la dejé en el suelo.

— Tranquila. — Acaricié su mata rubia, se parecía tanto a su madre... — ¿Hoy no ha venido nadie, verdad? — Me tranquilicé al verla afirmando. — Hoy te traigo un regalo, podremos comer... — Saqué los billetes con mucho cuidado y se los enseñé. Conté de paso. 600 euros entre todo. No estaba mal.

— ¡Que bien! — exclamó.

Salimos de allí y nos dirigimos a casa de Tree, un viejo amigo. En cuando nos vio, nos abrió la puerta y sonrió, sus dientes hacían contraste con su oscura piel y sus ojos seguían negros como el carbón.

— ¡Hey Tree! — Saludé, estaba contento de volverlo a ver. — ¿Tienes algo de comida? — Pregunté nervioso. Me sentía mal por ello, aprovecharme de un amigo pero no podía utilizar ese dinero para nosotros.

— Sabía que vendrías a ello... — Suspiró. — Las malas lenguas dicen que vas acercándote casa por casa para ello. ¿Que te pasa, Jonathan? — Me interrogó con un tono preocupado.

— Ahora no puedo Tree, no delante de mi hija. — Murmuré.

— Está bien. Un momento, ahora vuelvo. — Dejó la puerta cerrada y al cabo de unos minutos volvió.

— Gracias... — Murmuré con vergüenza, no me gustaba tener que hacer eso para poder vivir. Lo odiaba.

Cogí el tupperware y me fui. Danielle, mi hija, se distraía por todo lo que veía a su alrededor. Era normal, se pasaba el día en casa jugando con sus muñecas hechas pedazos y no veía el mundo exterior. Era todo mi culpa.

Sus ojos verdes me miraron.

— Papá, ¿te encuentras bien? — Preguntó con su fina y aguda voz.

Asentí. Abrí el tupper y saqué un bocadillo de chocolate.

— No quiero que pases hambre. — Danielle lo cogió y lo mordió.

— ¡Está riquísimo! — Gritó a los cuatro vientos. Reí.

— Eso es porque la mujer de Tree es una gran cocinera.

Tree había conseguido dejar atrás su antigua vida, y él ahora era feliz. Una mujer que lo amaba, y dos hijos prodigiosos.

En cambio yo era el pobre chico infeliz viudo y con una preciosa hija que no sabía ni leer.

Había decidido hacer un cambio en mi vida, y no podía ser mucho mejor. Era mi único plan.

~.~.~.~

— ¡Papá! ¡Hoy en clase hemos aprendido la letra O!

Sonreí mientras Danielle entraba corriendo a casa. Tomé un trago de mi café y pasé página al diario. Me sentía feliz.

¿Cómo lo había conseguido? Había sido complicado. Mi única opción había sido hacer mi propia muerte. Consumir una droga para ello. Tree había avisado a las autoridades sobre mi fallecimiento. Pero que podían hacer ellos, unos policías novatos. No hubo forenses ya que Tree dijo que él me había visto pero que había sido demasiado tarde.

Después de meterme en un ataúd asquerosamente de mala calidad; cómo yo, y cúando las cuatro personas que fueron al tanatorio se fueron, Tree me sacó de allí, rellenándolo todo con cosas pesadas pero no movibles para simular mas o menos mi peso. Y tanto que funcionó, si visitara el cementerio encontraría mi propia tumba, al lado de la de mi amada esposa.

— ¿Papá? ¿Que pasó con mamá? Es que todos tienen una menos yo... — Suspiró Danielle.

Y os preguntaréis cómo Danielle sigue conmigo, fácil, nunca fue inscrita como nacida, respectivamente no tiene papeles. Y para ir al colegio en un barrio como esos no hacían falta.

— Está bien. Es hora de visitar a tu madre.

No recordaba haber visto los cementerios tan solos y tenebrosos, tampoco haber visto como se iba perdiendo la fe cristiana. Pero lo de que me acordaba era de su rostro.

— Aquí se encuentra tu mamá. Pero solo su cuerpo, su mente y alma están en el cielo con Dios y Jesucristo. Me parece que ella te sonríe.

— No lo entiendo muy bien... Cuando sea mas mayor me lo explicaras, ¿vale? Yo siento que me sonríen y no se... Una calidez aquí. — Danielle se señaló el pecho.

Al lado se encontraba mi supuesta tumba. Danielle empezó a leer lentamente. Sonreí, me sentía vivo gracias a ella.

— ¡Manos arriba! ¡Ha sido arrestado! ¡No se mueva!

Unas esposas me libraron de movimiento.

~.~.~

Intentaba pensar un plan para escaparme de aquél infierno. Sabía lo que pasaría pero también sabía que no podía hacer nada para remediarlo.

Y ahí estaba yo, delante de la puerta.

— Que entre Jonathan LeGerald. — Anunció una voz grave.

Era mi turno, giré el manillar y entré.

Tragué saliva y di un paso hacía delante, las luces me cegaban pero en cuestión de segundos me acostumbré y enfoqué lo que veía.

En la sala del juzgado todo me miraban en silencio, tragué el nudo de saliva que se me había formado y me dirigí al podio vacío; que esperaba que alguien como yo hablara.

— Jonathan LeGerald, amenaza a pistola en una gasolinera y robo de aparatos eléctricos para después venderlos. Dos años de cárcel.

Pero sabía que después vendrían tiempos mejores, y saldría el cuatro de Julio.

No tardaría tanto en volver a ver a la luz del día, pero sobre todo, a ver mi pequeña hija.

Estaba listo para volver a empezar.

Miles de fuegos artificiales estallaban dentro de mí.

-.-.-.-

— ¡Papá! — Gritó Danielle.

— Ya estoy aquí. No te volveré a dejar ir.



Y un montón de fuego artificiales alumbraron la noche, y también mi vida.

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