lunes, 27 de octubre de 2014

Siempre Imperfectos

La chica de ojos avellana y pelo castaño acariciaba con suavidad la marca que se encontraba en aquel árbol. ''Siempre Imperfectos''. Aquellas dos palabras se podían distinguir con claridad sobre la madera oscura y desgastada. Apoyó su cabeza contra el tronco y sonrió forzadamente. 
Esa sonrisa... Dió paso a las lágrimas. Una tras otra. Pero seguía sonriendo. Las mejillas le ardían, y sentía un dolor punzante en el corazón. Le habían enseñado a ser fuerte. Pero... ¿Acaso su fuerza de voluntad iba a poder con ésto? Lo dudaba. Apretó sus puños, clavándose las uñas en su piel pálida. 
Siempre imperfectos. Esas dos palabras que él escribió para ella. 
– Siempre Imperfectos. Y que el mundo no pueda decir lo contrario. Porque si todo fuera perfecto, nada tendría sentido.  Aquellas palabras la habían conseguido tranquilizar en aquellos días. Ya no tenía miedo de lo que él pudiera pensar de su aspecto o físico. Sabía que la quería tal y cómo era. No había que fingir.
O eso creía. Otra lágrima más resbaló por su rostro. Ya no podía más. Se derrumbó allí mismo, sollozando, sin entender por qué. ¿Acaso todo  lo que él le decía era una maldita mentira? ¿Que hay de esos ''te quiero''? ¿Que ocurrió con esas sonrisas? ¿Era necesario acabar así? ¿Por qué la engañó? ¿¡Siempre Imperfectos!? ¡Todo eso es una jodida mentira! Ya no habría más caricias, risas ni sueños. Se esfumaron las miradas, los besos y aquel contacto que la hacía temblar. Y es que, ahora, la ilusión había muerto.


Ella era muchísimo más guapa. Rubia, ojos verdes, cuerpo perfecto. Su mirada estaba clavada en la mía. Negué en silencio, con los ojos vidriosos. Él se levantó de la cama, mientras la otra se vestía apresurada, empezando por la ropa interior, que descansaba encima de la mesita de noche. Cuándo el que se suponía que era mi novio se acercó tratando de excusarse sin éxito, mi mano actuó sóla; lanzándose contra su cara y dejándole adolorido.
– Podrías habermelo dicho. No me hubiera entusiasmado. Creí que me querías...  – Reí nerviosa, conteniendo las lágrimas, que amenazaban por salir. – Siempre Imperfectos... Ya. Pero yo cómo una estúpida me lo tragué. Normal. Alguien guapo, adinerado y popular no podía enamorarse de una chica como yo.
Pasaron los segundos, los minutos y las horas. Era cómo si el tiempo se hubiera parado. Así, sin más. En sus ojos se veían las señales de haber llorado. Suspiró. El viento revolvió su pelo. Una vez más, trazó cada una de las letras. ''S-i-e-m-p-r-e  I-m-p-e-r-f-e-c-t-o-s''. Era curioso que la persona que le había enseñado eso, fuera la misma que le había hecho tanto daño.
Sintió una presencia a su lado. Cerró los ojos con lentitud. Estuvieron así un rato, hasta que él habló.
– Lo siento. 
– Ya es un poco tarde para eso, ¿no crees? – Murmuró casi en un susurro.
El chico moreno, de aquella mirada azul que reflejaba el cielo, contempló la marca del árbol.
– Tú... dijiste que era guapo, adinerado y popular.
Asintió confundida.
– Eso demuestra que aunque fuera la persona más inteligente, guapa y popular del mundo; siempre seré imperfecto por ser un imbécil.
Clavó sus ojos en los suyos.
– ¿Has venido a darme otra de tus lecciones? – Suspiró, mirando sus características manos vendadas por la parte de las muñecas.
– Supuse que estabas triste.
– Que listo. - Respondió irónica.
– ¿Me quieres? – Preguntó él.
– Eres un maldito idiota, me has engañado, te has acostado con otra, y...
– Y me quieres. –Terminó.
Ella apretó con fuerza los dientes. Y la expresión del otro cambió al verla empezar a llorar. Se acercó a ella y la envolvió en sus brazos.
La joven apreció el calor que le proporcionaba su abrazo, apoyó la cabeza en su hombro.
– ¿Por qué lo hiciste...? - Susurró en un tono casi inaudible.
– Porque no supe valorar lo que tenía... Hasta que lo perdí.  – Su voz sonaba rota.
– ¿Estás llorando? – Preguntó preocupada mirándole.
– Te perdí.
– Pensé que no me querías.
Llego aquel momento en que sus miradas coincidieron. 
– Te quiero. Ahora estoy seguro. 
Poco a poco, sus rostros fueron aproximándose. Sus labios chocaron levemente. Un beso sucedió al otro. La falta de aire los obligó a separarse.
– ¿Podrás perdonarme algún día? – Susurró.
Ella sonrió.
– Todos cometemos errores... Por eso somos imperfectos, ¿no?

Los niños, que habían escuchado atentos la historia, los miraron.
– Y así es cómo me reconcilié con vuestra mamá. – Contestó él, sin soltarla de la mano.
– Puaj, que asco, ¡que cursi!. – Exclamó el pequeño. – Me voy a jugar a la nintendo.
Mientras se levantaba, habló la más joven de los tres. – Yo no lo he entendido. – Murmuró.
La quinceañera rió ante el comentario de sus hermanos. – Preciosa historia. Ya me contaréis más sobre qué pasó después. – Guiñó un ojo. – Pero, antes de que Sandy y Tom crean que sois los peores cuenta cuentos del mundo deberíais narrarles de nuevo la historia de Peter el dinosaurio.
Ámbos sonrieron.
– Bueno, me voy a mi cuarto un rato. Debo hacer una cosa.
Subió las escaleras y entró a su habitación. Esa historia le había dado qué pensar.
Desbloqueó el móvil. Marcó el número de teléfono que tanto le estaba dándo que pensar y llamó.
– ¿Daniel? Quería decirte que siento mucho que no puedas ir al baile del insti como teníamos planeado por lo de tu pierna. Yo tampoco voy a ir, finalmente. Le he estado dándo vueltas a la cabeza ésta tarde. ¿Te parece si voy a tu casa y pedimos una pizza? ¿Los juegos del hambre? ¡Si! ¡Me encantaría verla! A las ocho paso por tu casa. De nada, seguro nos divertiremos mucho. Prepara la consola, voy a meterte una paliza en el FIFA. ¿Ser tú perfecto jugado? Que va, que va. Aquí todos somos completamente imperfectos. Si, si, como lo oyes. Imperfectos. ¿Eh? Es una larga historia. Luego te la cuento. Un abrazo.

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