lunes, 27 de octubre de 2014

Capítulo III



Un día cualquiera no sabes qué hora es,
te acuestas a mi lado sin saber por qué.
Las calles mojadas te han visto crecer
y con tu corazón estás llorando otra vez.
Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer
jugando con las flores en mi jardín.
Demasiado tarde para comprender,
chica, vete a tu casa, no podemos jugar.

La luz de la mañana entra en la habitación,
tus cabellos dorados parecen el sol.
Luego por la noche al Penta a escuchar
canciones que consiguen que te pueda amar.

Me asomo a la ventana, eres la chica de ayer.
Demasiado tarde para comprender.
Mi cabeza da vueltas persiguiéndote.
———— 
Mi reacción tuvo que ser épica al encontrar semejante mensaje, pero eso no era lo importante. Aquel desconocido me espiaba y/o observaba, no sabía que tenía en contra de mí pero tenía que saberlo.
En el camerino solo estábamos en ese instante Maya, Shaina y yo, esa sensación que tenía era horrible.
Finalmente, vi a Maya acercándose, con una sonrisa en su rostro.
— ¿A dónde quieres ir? — Pregunté, olvidándome de todo unos segundos, perdiéndome en sus ojos…
— No sé… Elige tú. — Respondió.


Me quedé pensativo unos segundos, hasta que se me ocurrió una buena idea.
— Ya sé dónde podemos ir.
— ¿Dónde?
— Es una sorpresa. — Contesté, guiñandole un ojo.

Ella no dijo nada, simplemente sonrió dejando mostrar su felicidad. No había cambiado nada en todo aquél tiempo.

Cogí un antifaz del camerino y se lo entregué para que se tapara los ojos y su campo de visión se redujera a la nada.

Le cogí de la mano y la guié hasta salir de allí, acto seguido cogí la llave y cerré la puerta ya que aún se encontraban sus pertenencias en él, y siempre es mejor prevenir que curar.
— Creo que de momento me oriento… Me parece que acabamos de salir del camerino, ¿es cierto? — Dijo Maya riendo.
—Mejor no te digo nada.— Me encogí de hombros aunque me hizo mucha gracia, ya que ella no me veía.

La guié hasta mi Volvo y le abrí la puerta para que entrara. Con cuidado abroché su cinturón y me senté en el asiento del conductor.

El reloj del coche marcaba las 18:43, y el sol ya no pegaba tan fuerte.
Arranqué el motor, que hizo un ruido un tanto fuerte y comencé a conducir.
— ¿Por qué no quisiste ir con Shaina? — Preguntó.
— ¿Por qué querría irme con Shaina cuándo estás tú aquí? — Susurré, en un tono casi inaudible.
— Me alegro de haberte encontrado… — Dijo de vuelta.
Esbocé una pequeña sonrisa y la miré de reojo, simplemente, para comprobar que no era todo un sueño y, que mi mejor amiga, volvía a estar a mi lado.

Llevábamos ya un rato de camino.
— Ya falta poco. — Aclaré.
— ¿Qué hora es?
— Casi las ocho.
Rió. — Si que está lejos el sitio este. Aunque no se me está haciendo tan largo el viaje.
Aparqué el coche y abrí su puerta. La tomé de la mano con delicadeza, y la guié, subiendo unas escaleras.
— Verás, al final me caigo. — Bromeó.
Cuando pisamos suelo firme, habiendo llegado a lo más alto de aquella antigua torre, la miré.
Coloqué mis manos sobre el antifaz.
— ¿Preparada?
Asintió emocionada.
Cuando le retiré la tela, sus ojos contemplaron el lugar. Llevó una mano a su boca, examinando el lugar.
Estábamos en el mirador de la ciudad, que se encontraba sobre la torre. A lo lejos, el mar anaranjado a causa del atardecer, brillaba, meciéndose y formando pequeñas olas gracias a la brisa de esa tarde.
— Wow...— Dijo Maya en un susurro. —Es precioso, muchas gracias.— Observé que en su rostro se había formado una sonrisa de oreja a oreja y tenía los ojos resplandecientes, haciendo que el color cian que se posaba en ellos se volviera más nítidos.

La observé, su mirada se posaba en la lejanía del mar, imaginé si habría más personas en otro lugar del mundo estando con su mejor amiga en esta situación.

Era todo silencio entre nosotros, y no hacía falta decir nada, nos entendíamos.  Puede que hubiera pasado cierto tiempo pero volvíamos a ser aquellos amigos que alguna vez fuimos.

— Espero no interrumpir.— Una voz bastante aguda y llena de sarcasmo entró en mis oídos. Nos giramos Maya y yo a la vez y vimos a una pequeña niña.

Aquella niña que me había hablado sería de unos once años, tenía el cabello castaño con ondulaciones que le llegaban a la espalda, y unos ojos miel que parecían no cansarse nunca de mirarte. Pero no era lo más extraño de ella su piel que parecía de porcelana, su vestido caro, ni su pequeño tamaño. Era su mirada, tan caprichosa, que por un lado parecía dulce e inocente pero por el otro te acusaba de cosas que nunca hiciste.
Se acercó, con una sonrisa recelosa, y agarró con suavidad la tela de mi camisa, mientras sus ojos quedaban clavados en los míos.
Hice una mueca. No conocía de nada a aquella niña, pero su tono al hablar conmigo estaba adornado por una extraña confianza.

— No consigo abrirlo… — Susurró, tendiéndome una piruleta con forma de corazón, de color rojo; aún con el envoltorio puesto.
— Oh… — Murmuré. Cogí el caramelo con cuidado y quité el plástico que lo protegía. Le tendí de vuelta la piruleta, pero sentí una extraña sensación. Por unos instantes pensé que eran imaginaciones mías, pero pude comprobar que no. En vez de coger el mango de la golosina, había agarrado parte de mi mano.
— ¿Cómo te llamas…? — En sus finos labios se dibujó una sonrisa. Su diminuto dedo pulgar acarició mi piel, haciendo que me estremeciera.
— Yo… Ésto… Scott… — Murmuré.
— ¿La conoces? — Preguntó Maya en voz baja, mirándome.
Negué con rapidez.
— ¿No vas a preguntar cómo me llamo?
— Eh… ¿Cuál es tu nombre?
— Angeline— Contestó, aparentemente ilusionada.
— Bueno, pequeña, un placer haberte conocido… — Forcé una sonrisa.
— No me llames pequeña. — Su rostro ahora era serio. — No soy una cría.
Al principio pensé que era una broma. Pronto comprobé que no. Me soltó, haciendo un gesto de desprecio con su mirada. ¿A qué estaba jugando? Con once años no era más que una niña.
Pestañeó un par de veces, suspiró y rebuscó en un bolsillo de su blanco y perfecto vestido, hasta dar con un papel que me tendió. En él estaba escrito con una impecable caligrafía un número de teléfono.
— Nos mantendremos en contacto… Scott. — Murmuró.
Dichas las últimas palabras, abrió la boca para más tarde introducir a través de sus labios la piruleta. Sonrió de lado y caminó, alejándose de dónde estábamos.

— ¿Quién era? — Preguntó Maya.
— Ni idea… — Contesté confuso y me encogí de hombros.
— Aquello fue muy raro...— Comentó Maya mientras reía.

Y me di cuenta, que a plena luz y enseñando su sonrisa; estaba preciosa. O eran imaginaciones mías. Pero el corazón es como el fuego, quien juega con ello se quema.

Un poco más tarde, cuando el sol desapareció en la lejanía u horizonte decidimos marchar de aquel lugar para volver respectivamente a nuestras casas.

Suspiré mientras entraba en casa, estaba cansado. Y bastante. La cabeza me daba vueltas y sentía que en cualquier momento  caería al suelo.

— ¡Scott! ¡Por fin has venido! Te estábamos esperando, quiero presentarte a mi nueva novia, Ai Chan. — La novia de Jiang Li era alta y con lo que se llamaría cuerpo diez. A pesar de que tenía la mitad de la cabeza morena rapada, dilataciones y más piercings de los que podría contar. Sus ojos rojos -hechos por lentillas- realmente daban miedo.

— Hola Scott, Jiang Li me ha hablado muy bien de ti. — Ronroneó Ai Chan. Oh oh, eso pintaba mal pero lo peor de todo era que mi compañero no parecía darse cuenta.

Saludé con la cabeza y me adentré a mi habitación. Dejé la ventana abierta para que pasara el fresco aire. Después de hacer todo lo necesario, me estiré en la cama e intenté dormir. El martes llegaba y con ello volver a trabajar.

Cuando estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo, varios sonidos me ahuyentaron el sueño. Había empezado a llover y en pocos segundos las gotas amenazaron a todo el que pasaba por la calle.

Me costaba levantarme gracias a aquél dolor en mi cráneo pero a los minutos pude.
Cuando me acerqué a la ventana para cerrarla vi a una figura conocida y no tardé en reconocerla: Maya.
Su pelo se había dividido en secciones gracias a la lluvia y llevaba el rímel corrido por toda la cara. Se acercó corriendo a mi casa y cuando llegó tocó el timbre. Le abrí y como un tornado me abrazó.

— No digas nada, solo duerme conmigo y abrázame. — Sollozó en mi pecho.
— ¿M-Maya? — Susurré. Pero tan pronto como mis palabras se perdieron en sus lágrimas, la rodeé con mis brazos y apoyé la cabeza con suavidad en su hombro, acariciando su pelo. Sentía su cuerpo temblar, tal vez a causa del frío o del miedo. Quería saber qué le pasaba, quería ayudarla… Pero en ese momento estaba claro que ella no podría hablar.
Tan pronto como Jiang Li vió la situación, se apresuró a por una manta para envolverla. Cerró la puerta de casa, mirando cómo algunas gotas de lluvia se colaban dentro. Se dirigió a la cocina, tal vez a por una fregona. Aún rodeándola con un brazo, la acompañé a mi habitación, pasando por la sala de estar, dónde Ai Chan nos miró unos segundos antes de llamar a Jiang Li para que le trajera un vaso de agua.
Cerré la puerta tras de mí y encendí la luz. Maya se sentó en el borde de la cama, aferrándose a la manta; mientras de sus ojos brotaban lágrimas sin cesar, que se perdían al resbalar por sus sonrosadas mejillas. Me senté a su lado, observándola.
Con mi mano sequé con cuidado las lágrimas y el rimel casi disuelto. Seguía temblando.
Acaricié su mejilla y la atraje un poco contra mí, abrazándola de nuevo.
— Tranquila… Ya pasó… — Aseguré en voz baja. Sus dedos agarraron mi chaqueta con inseguridad.
— Tengo miedo… — Murmuró en un tono casi inaudible. Seguidamente levantó la mirada. Sus ojos azules envolvieron a los míos, y nuestros labios se invitaban a acercarse.

Pero no ocurrió, el miedo invadía a romper esos lazos de amistad y no íbamos a arriesgar.
La invité a estirarse a mi lado, sentía que mi cerebro iba a explotar y mis párpados intentaban cerrarse fallidamente. En media hora, Maya reposaba a mi lado durmiendo serenamente. Cerré los ojos y me olvidé del mundo.

El sonido de la puerta abrirse me despertó. Me sobresalté y lancé un gruñido. Era Ai Chan, lo que le quedaba de cabello estaba cardado y desarreglado, no llevaba las lentillas dejando a mostrar unos ojos negros y sólo tenía puesto una camiseta de Jiang Li bastante grande dejando mostrar su hombro y parte de sus piernas.

— Jiang Li me ha mandado a despertarte. — Rió. — Esa chica que había venido se fue a las cuatro o cinco de la madrugada. — Ai Chan desapareció de la habitación dejándome solo y confundido por Maya.

Cogí el móvil y le envié un mensaje preguntándole por aquello, al instante me apareció conectada y desconectada al segundo. Me lo había dejado en visto.

Suspiré, le hice una llamada pero tampoco la cogió o rechazó. Me levanté de la cama y me vestí, una sudadera gris, pantalones negros y me peiné. Salí de mi cuarto y me encontré a Jiang Li y Ai Chan dándose el lote apasionadamente. Pasé por el otro lado y llegué a la cocina.
Bostecé, aún pensando en ella. Dolía. Sentía un dolor punzante en el pecho. ¿Por qué esa sensación?
Mientras preparaba un par de tostadas y un café, volví a mirar el móvil. Sin respuesta.
Me fijé en la ventana de la cocina. A través de ella se podía ver un camión de mudanzas. Captó parte de mi interés. La casa que había al lado de nuestro apartamento siempre había estado abandonada desde que su propietario original desapareció sin dejar rastro.
Bebí un sorbo del café, tragando con dificultad a causa de un nudo en el estómago que derivaba de la situación de esta noche.
Volviendo al tema de la casa, hubo muchas especulaciones sobre el paradero del señor Smith. Unos dijeron que se había ido a vivir. Otros supusieron que tendría problemas y habría comenzado una nueva identidad. Pero, el más conocido de los pensamientos era que lo habían matado. Se escucharon gritos ese día; según me explicó Jiang Li. 18 de Octubre del año 1995. Fue la fatídica fecha. Casualidades de la vida, tal vez, pues fue el día en que yo nací.

No hay comentarios:

Publicar un comentario